Popurri

Entrevista con Josep Pàmies sobre el ébola





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Partir



"No tenia nada , absolutamente nada, ni pasado ni futuro, apenas sabia lo que significaba el presente.Solo tenia mis sueños.Una cabeza llena de sueños, fabricada desde el principio para contener unas cantidad increíble de sueños.
Sueños que habian inoculado a lo largo de los años para, luego, dejarme suelto con la cabeza llena y los bolsillos vacíos..."



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El hombre y el cocodrilo , Cuento de Amadou Hampate Ba.
Presentado y adaptado por Paquita Reche, mnsda


Obtenido de africafundacion.org

De este cuento tradicional, circulan en África Occidental varias versiones, más o menos largas, todas reflejan uno de los aspectos más feos de la naturaleza humana: el desagradecimiento. Defecto, al que en un momento u otro, nadie escapa por activa o por pasiva y que uno de nuestros proverbios castellanos resume de forma lapidaria y contundente: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.

En el cuento peul, recogido por Hampate Ba, la liebre ocupa un lugar importante dando al mismo tiempo una lección de prudencia, virtud que de debe acompañar siempre las acciones por buenas que sean.

Un día se declaró un gran incendio en la selva, las llamas llegaron cerca del río y acorralaron a un cocodrilo imprudente que tomaba el sol lejos de la orilla. Cegado y desorientado por el humo, el cocodrilo no encontraba el camino para volver al río y se alejó cada vez más del agua. Pasó varios días sin poder comer. Hambriento y desesperado gritaba:

-¡Ayuuuda! ¡Ayuuuda!

Un hombre que volvía del campo oyó los gritos, se detuvo, vio al cocodrilo y le preguntó:

- ¿Qué te pasa cocodrilo? ¿Qué quieres?
- Me he perdido y si alguien no me lleva al río moriré…

El hombre, después de pensarlo unos momentos, se acercó y pidió al cocodrilo que se metiera en un saco para poder llevarlo más fácilmente sobre su cabeza.
Así llevó su pesada carga hasta la orilla. Para facilitar las cosas al cocodrilo se adentró en el agua y lo soltó. Este se zambulló en el fondo del río y de un rápido movimiento se volvió. El hombre, que no había tenido tiempo de llegar a tierra, sintió de pronto las fauces del cocodrilo mordiendo su pié mientras le decía:

- ¡Hombre no puedo dejarte marchar! Llevo una semana perdido en la selva sin poder comer y me muero de hambre.

- ¿Así me pagas el bien que te he hecho?! ¡Eso no se puede hacer! Ante la indignación del hombre, el cocodrilo aceptó esperar y oír la opinión de los que vinieran a beber.

No pasó mucho tiempo hasta que llegó un yegua desdentada y tiñosa. El cocodrilo la amenazó con mil males si se atrevía a beber antes de decidir entre él y el hombre quién de los dos tenía razón.

- Quiero que me digas, le dijo, si en la casa de los habitantes de la tierra firme, se puede pagar una buena acción con una mala acción… 

- Si no fuera así contestó, la yegua temblando de miedo, yo no estaría aquí, en el estado en el que me ves...Cuando envejecí y no pude engendrar bellos potrillos y las patas empezaron a fallarme, mis amos dejaron de cuidarme y me abandonaron en la sabana Así, que “si es verdad que una buena acción no puede pagarse .con una mala acción”, eso no pasa en nuestro pueblo.” Las buenas acciones se pueden pagar con malas”.

A la misma conclusión llegó un viejo asno lleno de llagas. Interrogado cuando también vino a beber al río, dijo que todas las buenas acciones que había hecho por los hombres se las habían pagado con golpes y abandonándolo viejo y enfermo en un vertedero.

El hombre no aceptó ninguno de los dos juicios y pidió otra opinión. Al cabo de un tiempo llegó una liebre.
El cocodrilo la llamó para que juzgara entre ellos. La liebre aceptó con solemnidad..

- Hablad, os escucho. Y, ¡no digáis mentiras!

- Ese hombre que ves ahí, dijo el cocodrilo, vino a pescar. Metió los pies en mi morada. Yo lo agarré hasta que mis dientes se encontraron, pues hace muchos días que no comía. El hombre dijo que había cometido una injusticia y me citó ante un tribunal. Pero, cada vez que alguien emite un juicio lo recusa.

Cuando el cocodrilo terminó de hablar, la liebre se volvió hacia el hombre.

- ¡Hombre! ¡Di lo que tengas que decir!

A su vez el hombre habló:

- Volvía de mi campo cuando oí gritos pidiendo auxilio. Me acerqué y vi al cocodrilo. Cuando me pidió que lo acercara al agua. Le dije que temía un problema, “el que se deriva de pagar una buena acción con una mala”. Me juró que “eso no pasaría entre nosotros”. Le dije que se metiera en mi saco, lo cargué y lo acerqué al río Entonces me pidió que lo adentrara en el agua. No había llegado a la orilla cuando el cocodrilo me hincó los dientes en el pié diciendo que había estado muchos días sin comer y se moría de hambre.

Después de escuchar atentamente, la astuta liebre dijo dirigiéndose al cocodrilo:

- Cocodrilo, creo que tienes razón y este hombre miente. Que un cocodrilo se pierda en la selva sólo podría pasar en el origen del mundo, cuando las piedras todavía no se habían endurecido. Además tú no puedes caber en el saco. Vamos a probarlo.

Y dirigiéndose al Hombre:

- Hombre, si el cocodrilo entra en tu saco, pero deja sólo la punta de la cola fuera, sabré que mientes y le daré la razón.

El cocodrilo confiado entró en el saco procurando dejar fuera una punta de su cola. Entonces la liebre susurró:

- ¡Rápido hombre, ata fuerte el saco! Golpea fuerte y tendrás la carne que tanto te gusta para acompañar el arroz.

El hombre cargó con el saco e invitó a la liebre a su casa para que su familia le agradeciera lo que había hecho por él. Juntos emprendieron el camino hacia el poblado. Al llegar a su casa, el hombre entró para comprobar su estado antes de hacer entrar al visitante. Se encontró con algo inesperado: su hijo predilecto estaba gravemente enfermo y el curandero consultando las conchas adivinatorias para encontrar remedio a la enfermedad. Se quedó parado hasta que el curandero le dijo:

- ¡Rápido hombre, las cories han hablado! Tu hijo necesita sangre de cocodrilo y sesos de un conejo para curarse.

- Chisst, dijo el hombre llevándose el dedo a los labios, baja la voz, aquí tengo la sangre de cocodrilo, y en cuanto entre la liebre que me acompaña golpeadla y partidle la cabeza.

La liebre, que había entrado sigilosamente y escuchado la conversación, escapó a grandes saltos y se perdió entre los matorrales, diciendo:

- Hombre, tenías razón: cada vez que uno oye una discusión o una pelea es porque se ha pagado una buena acción con una mala. Pero cuando esto ocurre es porque el autor de una buena acción no ha sido lo suficientemente precavido.

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